jueves, 10 de marzo de 2011

“Vamos a cantar juntos compañeros, para borrar su nombre de esta tierra” (Made in-Noble)

http://www.youtube.com/watch?v=gGTA1CFv-Ss

Construyó un imperio. Las leyes se ignoraron, o se amoldaron a sus placeres y la de sus sucesores. Explotó a sus asalariados. Los echó y los recontrató como quiso. Les pagó como quiso. Devastó enormes sectores de la Argentina. Distorsionó la realidad. ¿”La Forestal”? ¿O los dueños (el fundador y su esposa) del multimedios más poderoso de las últimas décadas?

El texto que sigue puede ser obviado por el/la lector/a. Es un ejercicio, nada más. Puede leerlo o no, lo importante es que nos permite debatir:
“(…) Curioso destino familiar tener que construir el futuro a partir de la ausencia. Hablo de la ausencia física, claro, porque en todos los demás planos, hubo, hay y seguirá habiendo una presencia fuerte, clara, permanente. Pero la ausencia duele y es injusta. No hay voces, no hay manos, no hay besos. Sólo el recuerdo. Sólo esos retazos de vida que se agitan en el fondo de nuestros ojos como las primeras imágenes del sueño, cuando llega, en ese difuso momento en el que todavía no sabemos si estamos despiertos o ya estamos soñando.
No existe el momento ideal para perder a un padre. Siempre es demasiado temprano. Siempre nos encuentra indefensos, desarmados. Pero cuando es temprano de verdad, cronológicamente, cuando esa moneda de dos caras que es la vida se encarga de mostrarnos el reverso mucho antes de que estemos preparados, entonces, no tenemos otra opción que seguir adelante con lo que nos queda, con lo que quien ha partido nos dejó.
(…) A pesar de lo efímero de su presencia física, mi padre fue extremadamente generoso conmigo, pues me dejó un nombre, un ejemplo, un legado y esa acariciante sensación de orgullo que siento al ver mi sendero iluminado por un hombre singular. Fue un hombre completo, que cuando usaba la cabeza no olvidaba escuchar el corazón, un hombre que supo estar a la altura de sus responsabilidades como empleador, como amigo, como padre, como ciudadano. Ser agradecido, para un hijo, es honrar la memoria de su padre.
Es tomar el testimonio de sus convicciones y llevarlo en el trecho de camino que a uno le toca recorrer, para después transmitirlo a quien nos suceda en el próximo tramo. Con esa convicción encaro la tarea de unir recuerdos, testimonios, documentos y escritos sobre Roberto Noble, para mostrar a un hombre íntegro y coherente con sus propias ideas y en la relación con sus semejantes.
Se trata de un libro doblemente necesario. Para mí, porque es una manera de dar testimonio acerca de mis orígenes, de saldar una deuda de gratitud y de asomarme con prolija minuciosidad al sorprendente mundo de mi padre. Para la comunidad, porque las nuevas generaciones merecen conocer los aportes y las convicciones de un argentino que trabajó con todas sus energías y su talento por un país próspero y equitativo, con vocación de servicio, con generosidad, con espíritu patriótico.
Para ser coherente con lo declarado, necesito, como punto de partida, reivindicar la manera en que Roberto Noble asumió su paternidad, un rol tan desdibujado en este tiempo de límites difusos y de escasa contención afectiva. Me propongo contar cómo ese hombre respetado y admirado era capaz de jugar conmigo, manteniendo al mismo tiempo la conciencia clara de su compromiso con los valores que debía inculcarme. Tenía el don de hacer convivir el permiso y el límite, sin que el uno desdibujara o confundiera al otro. La ternura y la firmeza emanaban de él con la misma fluidez con que lo hacían sus ideas.
Es que mi padre era lo que hacía y hacía lo que era. No necesitaba cambiar de atuendo para vestirse de padre, o de legislador, o de periodista. Era consecuente con sus valores, porque se había formado en otra escuela, en un tiempo distinto, en una sociedad que todavía contaba con materiales para formar hombres así. En última instancia, todos somos hijos del tiempo que nos toca vivir. Después, naturalmente, se pone de manifiesto lo que cada uno es capaz de dar de sí. Y así, interactuamos con valientes y cobardes, genios y mediocres, impulsivos y racionales, honestos y taimados, héroes y villanos. La variopinta fauna humana puede ofrecer todos los matices, pero hay un punto de partida que facilita o dificulta el destino particular.
Esa búsqueda tiñe la intención última de este libro. La búsqueda de un país diferente, de una matriz mejor, capaz de volver a parir hombres y mujeres valientes, comprometidos con su tiempo, enamorados de la libertad, respetuosos de la justicia, amantes del saber, rebeldes ante la desigualdad, conscientes de sus deberes ciudadanos.
Mi padre perteneció a esa casta de hombres, por esfuerzo y convicciones propias, es cierto, pero también porque creció en un marco, un tiempo, un país, que le permitieron desplegar sus alas y alcanzar sus ideales. Mi padre tenía una clara conciencia del devenir. Sabía que su tiempo en este mundo era limitado. Sin embargo, esa certeza no lo condujo a la indiferencia. Él sabía que la vida es un hálito que nos trasciende a los simples individuos, que hay un sentido de patria, de comunidad, de especie, que nos compromete, y sabía que este mundo que padecemos y disfrutamos no ha sido hecho sólo para los que lo habitamos en el presente. Es el mundo que construyeron nuestros ancestros, que modelamos nosotros, que continuarán nuestros hijos.
Eso significa tomar el testimonio, recorrer el camino que nos toca y después pasarlo. Hacia adelante, siempre hacia adelante. Mi padre lo sintió así. Lo tenía asumido. Por eso, pudo sacarse de encima el estrecho corset de la coyuntura, del beneficio inmediato, y construyó mirando hacia el futuro. Es lo que explica que su legado jurídico, literario, político y periodístico haya atravesado las décadas y llegue intacto hasta hoy. Cuarenta años después de su partida física, sus obras siguen vigentes, su nombre continúa siendo recordado, su espíritu late, vivo, en todo lo que dejó, como seguramente seguirá sucediendo.
En el rompecabezas que siempre resulta una vida, una persona es la suma de sus muchas miradas. La mía, como hija, pero además como ciudadana comprometida con su tiempo y su país, está sintetizada en las páginas que siguen. Para esa historia que escribimos entre todos, aquí va mi contribución. Otros estudiarán, desde distintos puntos de vista, su pensamiento político, su obra, su aporte al periodismo y al país. Pero esta primera pieza del rompecabezas me corresponde.
Para concebirla elegí privilegiar los documentos, las obras, los testimonios y sus propias definiciones. Ese conjunto de hechos, pensamientos y elecciones personales lo pintan como un estadista que no se sirvió de la política para alcanzar sus fines personales, sino que él sirvió a la política como instrumento de cambio”.


Soy un delincuente. Acabo de cometer un ilícito, y voy a explicar por qué: el fragmento que se reproduce aquí contiene exactamente 1028 palabras (estimad@ lector, se puede tomar el trabajo de contarlas una por una, yo usé un programa informático), pertenece al prólogo del libro “Noble, un argentino visionario”, (Sudamericana, Buenos Aires, 2010) escrito la hija del fundador de Clarín (Guadalupe Noble). La ley 11723, de propiedad intelectual, cuyo autor es Roberto Noble, establece en su artículo 10 “Cualquiera puede publicar con fines didácticos o científicos, comentarios, críticas o notas referentes a las obras intelectuales, incluyendo hasta mil palabras de obras literarias o científicas u ocho compases en las musicales y en todos los casos sólo las partes del texto indispensables a ese efecto. Quedan comprendidas en esta disposición las obras docentes, de enseñanza, colecciones, antologías y otras semejantes
Es decir, si uno reproduce (aunque se lleve adelante con fines didácticos, por más que no esté lucrando con la utilización del trabajo ajeno) más de 1000 palabras de una obra ajena, está infringiendo la ley. Para que esa colección de frases ingrese al “dominio público”, tendría que esperar que transcurriesen 70 años desde la muerte de la autora (siempre y cuando no haya nuevas modificaciones a las leyes que rigen la “propiedad intelectual”). La pregunta es ¿por qué?
Nadie es absolutamente original, ningún autor crea “ex nihilo” sus obras, porque cada uno abreva de un fondo común a toda la humanidad. Vale aquí la frase tan difundida (atribuida a Newton, pero que otros autores la remontan a Bernardo de Chartres): “si he visto más lejos, es porque estoy sentado sobre hombros de gigantes”.
Por esa razón, otra vez nace la pregunta: ¿por qué? ¿Qué es lo que hace que un autor (o mejor dicho, las editoriales, dado que se arrogan ellas el derecho de “propiedad intelectual” sobre las obras publicadas) tenga tanto poder sobre su obra? ¿Qué es lo que permite que una biblioteca pública no pueda efectuar una fotocopia de una obra que se encuentra en su catálogo, dado que “requiere el consentimiento escrito del autor, del editor o sus derechohabientes”, aunque la obra no se haya reeditado hace años? ¿Por qué los lectores tenemos que soportar imágenes y expresiones falaces como las que incluyen las grandes editoriales en la primera o segunda página de cada libro, en la que apocalípticamente indican “la fotocopia mata al libro”?
¿No es hora que tengamos una ley que contemple los derechos de autor, pero a la vez, posibilite el verdadero objetivo de un libro, que es la difusión de la cultura? Esa sí que sería una “ley noble”